EL RECADO
(1878)
ESTANISLAO
S. ZEBALLOS
A las cinco de la tarde había ensillado mi castaño
overo, uno de los caballos excelentes de la tropilla. Leyría me
regaló su recado en el Azul. Siempre he sido particularmente afecto
a las costumbres campesinas de mi país, y esta vez tenía que felicitarme de ser
hombre gaucho, lo que vale decir, hecho a las penurias y necesidades de la vida
del desierto.
El recado es en ella indispensable: cómodo sobre el
lomo de la bestia, es también confortable cama durante la noche helada.
Compónese de un cuerito de oveja que se pone sobre el lomo del animal, del lado
de la carnaza, para evitar que el sudor moje las bajeras que le siguen.
Las bajeras son dos o tres jergas y preferentemente
lo que se llama matras, tejido grueso de lana de 1x0,50m., salido del telar de
los indios, de gran mérito y demanda, que protegen al caballo y sirven de
excelente y abrigado colchón al viajero; la carona de cuero de vaca y luego
otra más lujosa labrada con guarniciones de charol. La carona es indispensable,
porque suaviza el asiento de los bastos sobre las caballerías. Solamente una
carona de cuero es necesaria; pero el lujo exige dos una de piel de vaca con
pelo, para conservar limpia la de suela. labrada y guarnecida, que queda así
aislada de las bajeras y del sudor del animal. Las caronas son generalmente
pocos centímetros mayores que las bajeras, y sus bordes describen suaves
curvas, que parecen atributos indispensables de la elegancia. El
viajero las usa a guisa de colchón elástico; tendidas abajo, evitan la humedad
del suelo y el contacto con los insectos y alimañas escondidas en el pasto
sobre el cual se duerme.
Los bastos o albardas son dos cojines cilíndricos,
que se asientan sobre las caronas, reciben el peso del jinete y evitan que el
lomo de las bestias sea lastimado. Son de varias clases: unidos unas
veces los dos cojines por correas y otras por una armazón de madera, cuyas
cabezas forman un arco elíptico. Los bastos tienen otro destino
capital, son una dura pero excelente almohada.
Para apretar todas estas piezas viene la cincha,
compuesta de dos partes principales y dos accesorios. La barriguera, que como
su nombre lo indica ciñe la panza de la bestia y que es más o menos ancha,
terminada en dos argollas. La sobrecincha es otra faja de cuero, angosta, y
corta, que va encima de los bastos y que remata también en argollas. Estas
dos piezas principales son unidas por un accesorio, los correones, correas o
tiras angostas de cuero de vaca, sobado. El correón del lado de montar está
fijo en la cincha y sirve para apretarla, mientras que el del lado del lazo,
une fijamente, a través de las argollas, la cincha que es una argolla unida a
la de la sobrecincha por una fuerte correa de veinte centímetros de
largo. En ella se prende el lazo por la presilla. Finalmente
una sobrecincha debe tener un ojal del lado de montar, para atar el cinchón.
Completan el recado los cojinillos. Como los
vestidas de las mujeres los hay al alcance de todos los bolsillos, en una
verdadera escala de calidades, desde los pobres cueritos de carnero robado al
vecino o de gama boleada en los llanos, hasta los famosos pellones tucumanos.
Sobre el cojinillo va el sobrepuesto, generalmente
un cuero pequeño de tigre, de carpincho, gama o tela bordada; todo sujeto al
recado por el cinchón de una y dos vueltas, que es una faja angosta de cuero
sobado, que se ajusta sobre la cincha por una argolla de una extremidad en que
se ata la otra.
De los aleros del basto penden los estribos y de
sus cabezadas los tientos, que sirven para atar las bolas, el lazo, los chifles
y el gurupí de ponchos del jinete, cuando no el charqui que ha de alimentarlo.
El capítulo de las guascas o arreos de cuero sobado
y ensebado no es menos importante. Consisten en un bozal y cabestro largo o
maneador, que parte del fiador, que es la correa ancha del bozal que rodea el
pescuezo del caballo a la raíz del cráneo y termina en una argolla. El
maneador, prendida a ésta, es envuelto en el pescuezo del caballo desde la cruz
hasta el encuentro y allí va pendiente la manea. En fin, las cabezadas y las
riendas, que sujetan y dirigen el freno, deben ser de cuero también, porque las
lluvias y la fuerza de nuestros caballos semipotros, destruyen fácilmente las
de otro material. Todas estas guascas se prestan al lujo, y unas desaparecen
bajo pasadores de oro y plata y otras bajo botones de tiento, que son
primorosos trabajos de tejido gauchesco e indígena. He ahí todos los arreos de
mi caballo, arreos indispensables para expedicionar en nuestros solitarios
campos, pues cada pieza tiene un papel importante y a veces extraordinario en
la vida nómade que en ellos se hace.

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